La
visita a Sants me sorprendió. Conociendo el carrer de Sants,
traficado y caótico, y su estación en la calle Tarragona, que
siempre me ha dado la impresión de ser sobre todo un gran vacío disproporcionado en
medio de la ciudad, ya pensaba haber visto dos lados muy diferentes
de este barrio, sin mucho interés para mi. Pero su corazón, el
antiguo pueblo de Sants, escondido detrás de la estación, a un
nivel más bajo, no lo había visto nunca. Parece un barrio que
pertenece a sus habitantes, tranquilo y protegido gracias a su falta
de conexión con la ciudad. Este 'aislamiento' le permite conservar
tan bien su particular carácter. Me lleva a imaginar la ciudad de
Barcelona como era antes, en los años 80, donde ser de un barrio u
otro sería como ser de ciudades diferentes.
Sants
recuerda sobre todo el barrio de Gràcia como imagino que puede haber
sido, más popular y menos explotado.