Una de las características de Barcelona (negativa, bajo mi punto de vista) es el hecho de que sea una ciudad muy densa y urbanizada, y no se le haya permitido gozar de grandes espacios verdes dentro de la ciudad, con ello me refiero a parques urbanos. Uno de los pocos es el parque de la Ciutadella que, salvando las diferencias, podríamos semejar en cuanto a carácter a los grandes parques de Paris como el “Jardin du Luxembourg”, parques que intervienen en el movimiento diario de la ciudad: niños que juegan, ancianos que pasean, personas que comen bajo el sol, o simplemente aquellos que lo atraviesan para ir de un punto a otro de la ciudad.
Sin embargo, el parque de Collserola, uno de los hitos visuales de Barcelona, tiene un carácter bien distinto. A pesar de estar cerca de Barcelona, la comunicación con ésta se realiza a través de escasos puntos de acceso. No es un parque para ir a pasear o a pasar el rato, es un parque al cual la gente que va lo hace expresamente para pasar toda una tarde, el día entero o realizar una ruta. Es la herramienta perfecta para desconectar de la ciudad y de la muchedumbre; es un mundo a parte lleno de vida.